El peine de los vientos

Donostia-San Sebastián pasa por ser indudablemente, una de las mas bellas ciudades de nuestro país, y si algo la representa es su preciosa bahía flanqueada por los montes Igueldo y Urgull, en cuyo centro y a modo de protección ante las feroces acometidas del Cantábrico, localizamos la isla de Santa Clara.

Pasear pausadamente por el paseo que circunvala la bahía es un placer que todo mortal debería experimentar aunque fuese una sola vez.

Dirigimos nuestros pasos hacia Poniente, dejando atrás la playa de la Concha y pasamos a la de Ondarreta, donde al final de su paseo, en el lugar elegido por la galerna cantábrica y el recio oleaje para combatir salvajemente por ser el que con mas virulencia golpee y agreda a la tierra, que los espera impasible y silenciosa, allí, entre acantilados, encontramos el lugar donde nos ha traído nuestra Rosa de los Vientos.

Como dice Juan Eslava Galán en su libro 1000 Sitios que ver en España: “Donde termina el paseo de la Concha y la costa se desprende agradecida de sus corsés urbanos, donde el mar retoma su saña cantábrica a solas consigo mismo, allí se adelanta como la rutina de un cataclismo antiguo, campos de soledad y sal, El Peine de los Vientos.”

Se trata de un conjunto de tres esculturas de acero, creadas por el escultor donostiarra Eduardo Chillida, que empotradas en las rocas del acantilado, son continuamente azotadas por el fuerte oleaje.

Las esculturas están conformadas por varios brazos rectangulares entrelazados entre sí, creando un enredo que le da esa forma característica que poseen. Las tres se suman perfectamente en el entorno, inventando un mágico juego entre el viento, el mar y la obra creada por el artista, que proyectando su obra bromeaba diciendo que “el mar tiene que entrar en San Sebastián ya peinado”.

Además de las esculturas, desde el mirador donde se pueden contemplar, existe una zona acondicionada, obra de Luis Peña Ganchegui, que posee unos orificios por los que asoman con vigor el aire y el agua de los embates marinos y que producen espectaculares efectos que ensalzan los sentidos.

Concluye Juan Eslava: “mejor verlo en días de temporal, mejor aún con un poco de lluvia: las terrazas adoquinadas con granito rosa, graderío apto para gigantes, banco para las vejeces de Neptuno, enmarcan los acantilados que sostienen frente al mar las tres esculturas metálicas de acero, el peine de peinar galernas, de deshilar tormentas, de devanar aires y brisas, el monumento en el que Eduardo Chillida puso escultura y Luis Peña Ganchegui arquitectura.”