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martes, 19 de mayo de 2009

San Juan de Gaztelugatxe


La primera visión impacta los sentidos

Cuando desciendes por la escarpada ladera y te vas acercando al peñón, no puedes dejar de maravillarte de esta joya construída a partes iguales por la naturaleza y el hombre, un paraje de gran belleza situado en la abrupta costa vizcaína, entre Bakio y Bermeo, que se introduce en el Cantábrico rodeado de un litoral conformado por acantilados y laderas de fuertes pendientes. Ante nuestros ojos se descubre la figura de la ermita, junto con una escalinata que asemeja una muralla china en miniatura, sobre una peña bordada de túneles y arcos naturales. Lo que fuera una isla, es actualmente un tómbolo cuyo estrecho está ocupado por un viejo puente de sinuoso recorrido que nos lleva a la base de la escalinata de subida al templo.

La bajamar nos descubre secretos anteriormente escondidos

Por el puente se accede al peñasco
Comienza en ese momento la ascensión de los 237 escalones (el guarismo varía según la fuente y nosotros debemos admitir que no realizamos la cuenta) que nos llevarán hasta la ermita, situada a 150 m. sobre el nivel del mar. Escalón a escalón hay que parar, no sólamente por la fatiga de la ascensión, sino para paladear con tranquilidad todo lo que el lugar te ofrece.

La isla de Aketze en primer término

Si diriges la mirada a tu derecha (E) observas la vecina isla de Aketze, que junto a San Juan y alrededores forma el biotopo protegido de Gaztelutgatxe. Detrás de la isla y en lontananza se divisa el cabo de Matxitxako con sus dos faros (el viejo y el nuevo) y si el cielo está claro, todavía mas lejos se puede divisar la plataforma Gaviota, construída para la extracción de gas y actualmente utilizada por Repsol para su almacenaje.

La costa oeste nos descubre a lo lejos la ciudad de Bakio

Giramos la vista hacia nuestra izquierda (O) y contemplamos un espectacular paisaje de acantilados, descubriendose agazapada en un recodo de la costa la ciudad de Bakio.

Los 237 escalones se precipitan por la ladera
Ahora volteamos la cabeza hacia atras, por donde ya hemos pasado, y vemos abajo, cada vez mas abajo, la serpenteante presencia de la escalinata de ascenso que nos recuerda el motivo de nuestra fatiga, y si por último miramos hacia arriba vemos el trecho que todavía nos falta para coronar, y que retomamos con renovadas ilusiones despues de haber repostado como combustible toda la energía del lugar.

Un pequeño alto en el camino nos permite contemplar el encanto del lugar

Hacemos un pequeño paréntesis en la ascensión para decir que todos los 29 de agosto se celebra una ofrenda floral submarina a la Virgen de Nuestra Señora de Begoña que fue ubicada en la base del acantilado, frente a los arcos, allá por 1963.
Continuamos la ascensión y llegamos al último escalón, donde está marcada en relieve la huella de San Juan Bautista, donde dice la tradición que dió el tercero de los pasos que le trajo desde Bermeo, despues de desembarcar y tocar tierra en ese punto de la costa vasca.

Tres toques, un deseo, una esperanza
Antes de visitar la ermita y contemplar las magníficas vistas que nos ofrece el lugar, la tradición dicta que se debe tañer la campana que hay en la puerta del oratorio tres veces, a la vez que se pide un deseo; ritual que practican rutinariamente la mayoría de los que allí acceden, unos por devoción, otros por tradición, los demas simplemente por si acaso, no sea que funcione la liturgia y se queden sin la consecución de lo deseado.
La ermita nos invita a su visita
La ermita fue reconstruída en su totalidad en 1980 a causa de un incendio que la destruyó completamente. Data del siglo X y fue construída sobre una edificación que dicen pudo ser un monasterio templario. Fue donada en 1053 por D. Iñigo López, señor de Vizcaya, al monasterio de San Juan de la Peña sito en las cercanías de Jaca (Huesca). El estratégico lugar que ocupa su ubicación le ha hecho desarrollar siempre un papel importante en diferentes acontecimientos históricos: saqueos corsarios, guerras, asaltos o mas recientemente batallas navales, como la llamada de Matxitxako que enfrentó en la Guerra Civil española a la marina republicana contra la sublevada.

Su interior está repleto de motivos marineros

Su interior es sencillo, con adornos marineros, muchos de ellos ofrendas de navegantes que han sobrevivido a algún naufragio.

Plasmando el familiar momento
Nuestra última acción va a ser la de respirar profundamente y dejarse llevar por el lugar y de las primorosas vistas que desde allí pueden disfrutarse. Dejando a nuestras espaldas la ermita disfrutamos desde el mirador orientado al norte de la inmensidad del Cantábrico donde se confunden agua y firmamento con diferentes tonalidades azules, sólamente salpicadas por diminutas manchas en movimiento, que no son mas que embarcaciones que van y vienen con su marinos quehaceres. El lugar invita al descanso, a la contemplación, a la meditación; cuesta tomar la decisión de abandonarlo, pero nuestro viaje prosigue y debemos retomar el camino.



Al fondo, donde las cruces, está el primer escalón para el descenso
Volvemos sobre nuestros pasos y descendemos pausadamente la dilatada escalera llegando nuevamente al inicio de nuestra excursión. Tomamos el vehículo estacionado en el diminuto aparcamiento y comenzamos a ascender la empinada carretera pero apenas transcurridos unos cientos de metros detenemos la marcha, nos apeamos y contemplamos por última vez el lugar que tanto nos ha fascinado.

Un último vistazo resistiéndonos a abandonar el paraje